Desde los primeros siglos de la Era cristiana se introdujo en las ceremonias religiosas el uso de cantar salmos e himnos. La creación de la himnodia se atribuye a San Ambrosio (397), que compuso una infinidad de ellos llenos de unción, sublimidad y energía. Posteriormente le seguirían San Benito y el movimiento monástico por él impulsado hasta que el himno se aceptó para los oficios divinos.
Algunos papas como Inocencio III, Clemente VII y San Gregorio los hicieron de una majestad sublime. Entre los cientos que usa la Iglesia católica citaremos el Stabat Mater, producción de Inocencio III, que también compuso el Veni Sancte Spiritus; el Dies irae, composición del franciscano Tomás Celano; o el Ave maris stella, que salió de la pluma de San Bernardo.
Pero los himnos que descuellan por la majestad, sublimidad y augusta locución en las ideas son los que compuso el doctor de la Iglesia Santo Tomás de Aquino para el rezo del Santísimo sacramento y festividad del día del Corpus; así, el Pange lingua.
De los primitivos himnos, cuando la música era puramente melódica se pasó posteriormente a melodías de canto llano y no se compondrán himnos en estilo polifónico hasta el siglo XIII. La obra más famosa será la compuesta por Palestrina en 1589: Hymni totius anni.
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