El 21 de mayo de 1534 don Pedro de Mendoza firmó capitulaciones con don Carlos V, por las que se comprometió a financiar una expedición destinada a conquistar la región comprendida de uno a otro océano, entre los paralelos 25º 31' y 36º 35' de latitud sur. En compensación, recibió el título de adelantado, gobernador y capitán general de esas tierras.
Al año siguiente inició su viaje desde Sanlúcar de Barrameda al mando de la mayor armada que hasta entonces había partido hacia América. Once navíos transportaban a un crecido número de personas, entre las que se contaban varios sacerdotes, algunas mujeres y también soldados que luego tendrían una destacada actuación en nuestra historia.
Llegado al río de la Plata en enero de 1536, el 2 de febrero Mendoza levantó a orillas del arroyo llamado Riachuelo un campamento al que llamó Nuestra Señora de Buen Aire, en las proximidades del sitio en que 44 años más tarde sería fundada la ciudad de la Santísima Trinidad, cuyo puerto fue nombrado Buenos Aires, sin duda en homenaje a aquel asiento. De allí que, equivocadamente, se siga llamando al fuerte de Mendoza la primera fundación de Buenos Aires.
Las dificultades para conseguir alimentos llevaron a Mendoza a enviar a su hermano don Diego y a Juan de Ayolas a remontar el Paraná. El 15 de junio de 1536 Ayolas levantó cerca de la desembocadura del río Coronda otro fuerte al que llamó Corpus Christi. En la misma fecha, don Diego de Mendoza era atacado por los indios en el delta del Paraná, en donde encontró la muerte junto con 40 de sus hombres. Poco después, los indios sitiaron Buenos Aires, obligando a sus pobladores a refugiarse en los barcos. En la ocasión, el hambre causó estragos entre aquellos hombres, que llegaron hasta la antropofagia.
Nuevas expediciones de Ayolas –que contrajo matrimonio con una hija del cacique Tamatía, de los payaguaés–, Juan de Salazar de Espinosa y Domingo Martínez de Irala terminaron en fracasos, persistiendo tan sólo un asiento llamado Nuestra Señora de la Asunción, sobre el cual, cuatro años más tarde, se fundaría la ciudad del mismo nombre, actual capital del Paraguay.
Agobiado por las dificultades y gravemente enfermo, don Pedro de Mendoza decidió regresar a España, dejando el mando de la expedición a Juan de Ayolas y en su ausencia, a Francisco Ruiz Galán. El adelantado murió en alta mar en junio de 1537 “corroído por la avariosis” y su sucesión provocó un enojoso pleito.
¿Por qué razón jugó Mendoza su fortuna y su vida en semejante aventura? Poco tenía que ganar un hombre enfermo y de edad madura, que además de pertenecer a una de las más importantes familias de la nobleza española, descendiente de los duques del Infantado y de los marqueses de Santillana, era rico y gozaba de gran prestigio como militar y de la amistad personal de don Carlos V, a quien había acompañado en la campaña a Italia.
Precisamente, en Italia parece estar la respuesta a esa pregunta. Allí –probablemente en Nápoles– contrajo don Pedro una enfermedad conocida entonces como morbo napolitano, morbo gálico o avariosis, a la que hoy llamamos sífilis. Por aquellos mismos años apareció en Europa un libro titulado Syphilos, al que debe el mal su actual nombre, cuyo autor era un médico de nombre Hyerónimus Frascátor o Frascatoro.
Frascátor sostenía que la sífilis era originaria de América y que se trataba de una zoonosis, es decir una enfermedad transmitida por los animales. Escrita en forma de relato novelado, Syphilos evoca el nombre de un pastor indio que contrajo la enfermedad a través de sus relaciones con las llamas que tenía a su cuidado.
El galeno afirmaba que la cura del mal se hallaba allí en dónde se había originado, mediante infusiones preparadas con la corteza del guayacán, un árbol que crece en la región chaqueña, de madera oscura de gran dureza de la que se extrae una resina de color rojo. La búsqueda de este remedio habría sido la causa por la que don Pedro de Mendoza encaró semejante expedición en la que, lejos de recuperar la salud dejó la vida.
Habrían de pasar, sin embargo, 400 años para que la curación de la sífilis se convirtiera en realidad, gracias al descubrimiento de la penicilina por parte de Alejandro Fleming. |
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